Fallado. La imagen de mi madre se desvanecÃa mientras sus últimas palabras inundaban la escena, desvaneciéndose con ella: “estoy orgullosa de ti…”
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Hace muchos años, existió un hombre en la tierra capaz de hacer cosas que nadie podÃa: mover objetos con sólo desearlo, encender las hogueras de la aldea con sus solas palabras, ver los pensamientos de las personas a su alrededor. Esta habilidad fue llamada magia. El hombre de la magia mejoró con el paso de los años, fue más exacto, más rápido en sus conjuros y más temido. Al principio todos lo admiraban, pero conforme su habilidad se desarrollaba más y más, los aldeanos lo evitaban en la medida de lo posible. Por temor lo desterraron y en su destierro, ideó la magia más grande de todas, aquella que le devolviera el favor de sus vecinos a quienes a pesar de todo, tenÃa en gran estima y afecto. Un dÃa regresó y en medio de la plaza les anunció que iba a hacerles un gran regalo, para que jamás tuvieran que olvidar nada y que sus vidas tuvieran más de una oportunidad. PodrÃan decidir cortar leña y ver que hubiera pasado si en vez de ello hubiesen cazado un alce, y podrÃan decidir cual de las dos posibilidades resultó mejor; podrÃan tomar una esposa y si el tiempo los convertÃa en una pareja miserable, podrÃan ver como sus vidas fueron diferentes en una realidad en la que no se casaron, o se casaron con alguien más. El pueblo desconfió de el. Lo llamaron loco y decidieron hacerlo arder en la pira. El hombre no puso resistencia, pero justo antes de que el mayor acercara la antorcha el hombre cerró los ojos y con una sola palabra convirtió a todo el pueblo en una sombra. La palabra fue, “HUBIERA”.
El hombre de la magia ordenó a la sombra del mayor que alejara la antorcha. “Lo hice por ustedes” le dijo. La sombra se detuvo un momento, miró al hombre atado y miró a su pueblo, todos eran sombras. El mayor exigió una explicación, esto no era normal y ciertamente no parecÃa un favor, parecÃa más una maldición en escala de grises. El hombre de la magia les pidió voltear hacia las alturas, en donde podÃan ver la imagen de su pueblo en total normalidad, con las madres tejiendo cobijas a la puerta de su casa mientras los niños jugueteaban en las callejuelas terregosas y el marido cortaba los trozos de leña que usarÃan esa noche para calentarse y preparar la cena. Todo parecÃa normal y más que una respuesta, parecÃa uno de los trucos del hombre de la magia. “Les regalé una existencia sin mÃ, ustedes son los restos, sombras de una realidad donde yo vivÃ, enojados y temerosos. Véanse allá, arriba, viviendo sus vidas con la tranquilidad que da la vida honesta y sin alteraciones desconcertantes ¡He ahà mi regalo!” Las sombras se miraron, algunas con duda, otras con miedo y otras más con enojo. Los que fueran los ojos del mayor cambiaron de color, se tornaron rojos, como las brasas. “¡NO! Nosotros no te lo pedimos” vociferó. “Es demasiado tarde, no pueden hacer nada para cambiarlo” contestó el hombre. “Tal vez no, pero aún puedo hacerte cenizas” gritó de nuevo el mayor al tiempo que acercaba la antorcha a la hoguera dispuesta.
“Detente”