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Entrada #31: Érase Una Vez

Fallado. La imagen de mi madre se desvanecía mientras sus últimas palabras inundaban la escena, desvaneciéndose con ella: “estoy orgullosa de ti…”

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Hace muchos años, existió un hombre en la tierra capaz de hacer cosas que nadie podía: mover objetos con sólo desearlo, encender las hogueras de la aldea con sus solas palabras, ver los pensamientos de las personas a su alrededor. Esta habilidad fue llamada magia. El hombre de la magia mejoró con el paso de los años, fue más exacto, más rápido en sus conjuros y más temido. Al principio todos lo admiraban, pero conforme su habilidad se desarrollaba más y más, los aldeanos lo evitaban en la medida de lo posible. Por temor lo desterraron y en su destierro, ideó la magia más grande de todas, aquella que le devolviera el favor de sus vecinos a quienes a pesar de todo, tenía en gran estima y afecto. Un día regresó y en medio de la plaza les anunció que iba a hacerles un gran regalo, para que jamás tuvieran que olvidar nada y que sus vidas tuvieran más de una oportunidad. Podrían decidir cortar leña y ver que hubiera pasado si en vez de ello hubiesen cazado un alce, y podrían decidir cual de las dos posibilidades resultó mejor; podrían tomar una esposa y si el tiempo los convertía en una pareja miserable, podrían ver como sus vidas fueron diferentes en una realidad en la que no se casaron, o se casaron con alguien más. El pueblo desconfió de el. Lo llamaron loco y decidieron hacerlo arder en la pira. El hombre no puso resistencia, pero justo antes de que el mayor acercara la antorcha el hombre cerró los ojos y con una sola palabra convirtió a todo el pueblo en una sombra. La palabra fue, “HUBIERA”.

El hombre de la magia ordenó a la sombra del mayor que alejara la antorcha. “Lo hice por ustedes” le dijo. La sombra se detuvo un momento, miró al hombre atado y miró a su pueblo, todos eran sombras. El mayor exigió una explicación, esto no era normal y ciertamente no parecía un favor, parecía más una maldición en escala de grises. El hombre de la magia les pidió voltear hacia las alturas, en donde podían ver la imagen de su pueblo en total normalidad, con las madres tejiendo cobijas a la puerta de su casa mientras los niños jugueteaban en las callejuelas terregosas y el marido cortaba los trozos de leña que usarían esa noche para calentarse y preparar la cena. Todo parecía normal y más que una respuesta, parecía uno de los trucos del hombre de la magia. “Les regalé una existencia sin mí, ustedes son los restos, sombras de una realidad donde yo viví, enojados y temerosos. Véanse allá, arriba, viviendo sus vidas con la tranquilidad que da la vida honesta y sin alteraciones desconcertantes ¡He ahí mi regalo!” Las sombras se miraron, algunas con duda, otras con miedo y otras más con enojo. Los que fueran los ojos del mayor cambiaron de color, se tornaron rojos, como las brasas. “¡NO! Nosotros no te lo pedimos” vociferó. “Es demasiado tarde, no pueden hacer nada para cambiarlo” contestó el hombre. “Tal vez no, pero aún puedo hacerte cenizas” gritó de nuevo el mayor al tiempo que acercaba la antorcha a la hoguera dispuesta.

“Detente”

El hombre de la magia murmuró esta palabra y el mundo de sombras se detuvo. “Desata” pronunció de nuevo y las cuerdas cayeron como trapos. Bajó con cuidado de la pira, se colocó por un lado del mayor y lo observó durante un tiempo. “Los ojos rojos no eran algo que había previsto” dijo con seriedad. “¿No? ¿Y que tus trucos no tendrían el mismo efecto sí?” dijo el mayor girando su rostro hasta quedar frente al hombre. Antes de poder reaccionar, la sombra lo golpeó enviándolo a las afueras de la aldea.