Fue un golpe tan intenso, tan fuerte, tan lleno de odio, que el hombre de la magia por más que lo intentó no pudo detenerse a medio aire. La confusión de por qué el mayor no habÃa sido congelado en el tiempo como todos los demás tampoco lo ayudaba a concentrarse. Un árbol a las afueras de la aldea detuvo su involuntario trayecto aéreo, bajo el precio de quitarle el conocimiento por unos minutos.
Lo hice por ellos, desagradecidos, no sé por qué me preocupé por ellos. Le decÃa su propia voz mientras trataba de levantarse. Los hubiera dejado morirse… si me hubiera ido entonces… hubiera… hubiera… hubiera…
Cuando por fin pudo enfocar la vista hacia la aldea, una horda de sombras con ojos rojos se acercaban hacia él, acechándolo como a una comadreja. Formaron un cÃrculo alrededor de él y el mayor avanzó lentamente en una contradictoria sonrisa que representaba alegrÃa y odio al mismo tiempo.
–Parece que estás en problemas, mago –dijo la sombra mayor en su ronca voz.
El hombre de la magia se puso de pie, sobándose la cabeza pero tratando de fingir que estaba en perfecto estado. Se recargó sobre el árbol que lo habÃa detenido y miró a la bestia a los ojos.
–Esos ojos rojos no los creé yo. –dijo cortante, sin separarle la mirada– ¿Por qué pueden moverse? De qué derecho gozan, para romper mis decretos de esa manera.
–Porque puedes ser el domador del mundo, tener a las palabras, los elementos y la vida bajo tu control… pero los humanos tenemos algo que jamás podrás dominar. Ni tú, ni nadie. A veces ni nosotros mismos podemos hacerlo.
–¿Y qué puede ser eso? –respondió el mago rencorosamente sin pensarlo, si algo odiaba era que las cosas no salieran como él las habÃa planeado. Algo que de cierto tiempo atrás, no habÃa sucedido. De ahà su inspiración para crear el hubiera al que ahora pertenecÃan.
–¿El mago todo poderoso no lo sabe? –dijo de manera sarcástica, volteando a ver a sus compañeros– ¡No lo sabe!
Las sombras se rieron a un volumen estrepitoso. Cerrando el cÃrculo cada vez más. El mago no se movió ni un centÃmetro. Tampoco dijo nada. Sólo observaba a su depredador como se acercaba hacia él, con la peor de las intenciones encima.
–Qué tristeza que el mago que se preocupaba por el bien común, se le haya olvidado lo que es ser humano –pudo escuchar en un susurro que provenÃa de su espalda. Al voltear, se dio cuenta que varias sombras lo tenÃan sujetado al árbol. En un descuido de él, las sombras se acercaron y no habÃa manera de sentir como una humareda te tocara. Sin embargo, cuando intentó moverse, descubrió que era imposible. Miró al el cielo que a partir de ese dÃa funcionaba como pantalla para todas las decisiones que nunca tomadas del mundo. Todas ellas le mostraban una imagen de él, triste, levantando el brazo al cielo, esperando ser alcanzado por alguien. La imagen repetida mil veces, en distintas versiones, lo mantenÃa hipnotizado, pero la realidad fue más fuerte y una gran punzada en el estómago le hizo regresar su atención a las bestias de ojos rojos.
–No te distraigas, estoy hablando contigo –dijo la sombra mayor que ahora tenÃa a unos centÃmetros de distancia y su brazo atravesándolo por el estómago–. Que mal educado eres, Seamus.
El mago intentó hablar, pero de su boca no salÃan palabras, sólo la sangre que intentaba escapar de la masacre que la sombra estaba haciendo dentro del cuerpo del mago.
–Para que no mueras sin recordarlo. –dijo acercando más su rostro– Lo que nos dejó movernos se llama “Libre albedrÃoâ€. No puedes decidir el destino de seres que tienen la opción de cambiar de opinión, de hacer decisiones, de crear. Pelear en contra de la fuerza de voluntad es una derrota segura, inclusive para la magia.